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La meta es ese objetivo que todos nos imponemos con
total libertad. Nos hace esclavos de nuestras propias acciones, culpables de
cada error. Cada caída es una nueva puñalada llena de dolor sin dolor. Con ese
amargo sabor de boca que acostumbra a dejar. Como si se tratara de un caramelo,
lo saboreamos poco a poco. ¿Lo reconoces ya? Es el sabor del esfuerzo sin
recompensa.
Y sin embargo, estamos tan equivocados. La meta no
siempre es el final de una carrera, tan solo es el inicio de una nueva
oportunidad para triunfar, para
volver a intentarlo mil veces más.
Hasta que no llegamos a ella, no nos damos cuenta de
lo corto que resulta el momento de gloria.
Otra vez, la desilusión nos invade.
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