Me gusta y me disgusta el gris del cielo. El viento que
golpea el cristal de mi ventana mientras el frío corretea entre las hojas que
vuelan. Me gusta el primer rayo de sol que aparece entre las nubes y entra por
el cristal dividiéndose en pequeños destellos. Salir a la calle y que el viento
desmelene mi pelo y agriete mis labios. Pasear entre callejones perdidos que
esconden miles de historias encerradas en el recuerdo de quienes las vivieron.
Nunca he sido una aficionada a las películas románticas,
siempre me conformaba con las pequeñas historias del resto, con las que una vez
pasaron de verdad; Siempre me conformé con la realidad. Soy de las que
pertenecen a ese pequeño porcentaje de los que creen que no todo es de color de
rosa, ni todo negro. Simplemente intermedio.
Entre tanta caminata me pierdo en mi propio laberinto de
pensamientos e ideas que nunca me atreví a llevar más allá de las propias hojas
de un pequeño cuaderno, el que siempre me acompaña y nunca me abandona. El
único que me conoce de verdad y lo sabe todo sobre mí.
De fondo suena ‘’Turn me on’’de Norah Jones y de pronto lo único que deseo es que a la
vuelta de esa esquina me espere ese alguien con las mismas ganas de verme que
tiene el desierto, esperando la lluvia. Pero el frío me devuelve a mi realidad
llena historias y canciones que se quedaron en la sombra del recuerdo.
Las calles están llenas de charcos, y ya no siento esa
necesidad de saltar sobre ellos cogida de la mano de mi padre a la espera de su
regañina. Y es que mi pequeña estatura no era un problema para hacerme creer
que era capaz de saltarlo sin ni si quiera mojarme o caerme dentro de él. Ya no
hay voces dentro de mí que me animan a saltar al vacío sin miedo a la caída.
Sin embargo, ya no tengo esa mano que me
sujetaba para no caerme; tampoco hay charco ni vacío, tan solo las gotas me
asustan.
Sigo con mi ruta en la que solo estamos mi mente y yo, ¿para
qué más? Empiezo a echar de menos tu mano, la que siempre me guiaba entre la
tormenta. ¿Te acuerdas de cuando el viento era el que nos guiaba a yo qué sé
dónde? Tal vez no lo dijera, pero el sitio era lo de menos. Y la lluvia,
tampoco era un problema. Antes nada ni nadie era capaz de pararme en seco para
confirmar lo evidente. Nunca me ha gustado tener que repetir las cosas, pero tú
hacías que tuviera ganas de hacerlo a cada paso que dábamos.
Y por lo visto eso no era amor.
Nunca me gustó empezar algo y no acabarlo, soy de las que
terminan todo lo que se proponen.
Es fácil, no me gusta perder. Pero esta vez no fui yo la que
ganó, solo la que se quedó con ganas de más.
Soy indecisa, demasiado. Pero a veces nace ese pequeño instinto
dentro al que no puedo negarle su elección. Y por fin me siento. Aquí se
respira tranquilidad. Es ese tipo de tranquilidad silenciosa y a la vez
ruidosa; retumba en mi cabeza. Hasta ahora nunca me había dado cuenta de que a
veces las palabras sobran, de que no nos hacen sentirnos más acompañados por el
mero hecho de salir disparadas como misiles que explotan y nos ciegan entre
tanto fuego y humo.
Y es que yo… prefiero el silencio. Ese silencio en el que
solo hay espacio para el ruido de la lluvia y la buena música.
No hay comentarios:
Publicar un comentario